sábado, 8 de febrero de 2014

Palabras de Mons. Jesús Fernández González en su ordenación episcopal: “Gracias sean dadas al Santo Espíritu”

Mons. Jesús Fernández González ha sido ordenado obispo esta mañana en la Catedral de Santiago

 
Alocución de Monseñor Jesús Fernández González
Ordenación Episcopal
Palabras finales
 
Doy gracias a Cristo Jesús, Señor nuestro, que me hizo capaz, se fio de mí y me confió este ministerio” (1 Tim 1, 12)
 
Quero comezar estas palabras facendo miña a acción de grazas do apóstolo San Paulo. Dou grazas a Deus Pai que, con infinito amor, me creou e me fixo fillo seu, coidou de min, educoume e configuroume co seu Fillo Xesús Cristo pola Palabra de Vida na familia, na parroquia, na escola e no Seminario e, en definitiva, chamoume e quíxome presbítero e bispo na Santa Nai Igrexa.

Gracias a Jesús, el Señor, que vino al mundo para salvar a los pecadores, entre los que me encuentro, para mostrar así que nadie debe desesperar de la misericordia de Dios. Gracias porque me ha juzgado digno de confianza y me ha hecho instrumento vivo de su presencia salvadora en el mundo.
 
En verdad, puedo decir con el profeta Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren” (Is 61, 1). En efecto, hoy mismo se ha verificado la renovada y perenne presencia del Señor por la donación del Espíritu Santo. Junto al don de la Palabra y de la Eucaristía, se nos ha dado el Espíritu de Dios que recibieron los Apóstoles del mismo Señor, que comunicaron a sus colaboradores por la imposición de las manos (cfr. 1 Tim 4, 14; 2 Tim 1, 6-7) y que, a través de esos colaboradores hoy se hace presente en un nuevo eslabón de la sucesión apostólica. Gracias sean dadas al Santo Espíritu porque, con su fuerza transformadora, me ha capacitado para ser y vivir como cristiano, como presbítero y como sucesor de los apóstoles.
 
Gracias también a mi Madre la Iglesia en la que, por el bautismo, nací a la vida eterna y fui incorporado a la familia de los hijos de Dios. Desde muy pequeño recibí sus cuidados en la parroquia de origen, Selga de Ordás, en el Seminario, en otras instituciones eclesiales y, finalmente, en la curia diocesana.
 
Gracias sean dadas al Santo Espíritu porque, con su fuerza transformadora, me ha capacitado para ser y vivir como cristiano, como presbítero y como sucesor de los apóstoles.
 
Dentro de la Iglesia, una mención especial, en primer lugar, al Santo Padre el Papa Francisco que ha querido agregarme al Colegio Episcopal; al muy querido Sr. Arzobispo de Santiago, D. Julián Barrio, que me ha acogido paternal y fraternalmente desde el principio y me ha admitido a su lado para hacer camino juntos en la edificación de una Iglesia en comunión sinodal y misionera. Dios quiera que sepa responder a la confianza que los dos han depositado en mi persona y en mi ministerio. Gracias al Sr. Nuncio Apostólico, Mons. Renzo Fratini, a los Sres. Arzobispos y Obispos que me han mostrado su acogida y apoyo desde el primer momento del nombramiento y, especialmente, a los que hoy me acompañáis.
 
Mención especial merece mi Iglesia de origen, la diócesis de León. Gracias, en primer lugar, a los obispos que la han pastoreado, particularmente a lo largo de mi ministerio pastoral: D. Fernando Sebastián que me ordenó presbítero, D. Juan Ángel Belda, D. Antonio Vilaplana y, sobre todo, D. Julián López que tanto ha confiado en mí y tanto me ha ayudado en estos últimos años. Gracias a la curia diocesana y gracias, en general, a todo el presbiterio que me ha devuelto con creces toda la entrega y dedicación que le ofrecí. Gracias también a los Seminarios, a los religiosos y religiosas y a los fieles laicos. Con todos me he sentido a gusto trabajando, todos me han demostrado cercanía y afecto y sé que oran por mí y por mi nueva misión.
 
Mi gratitud alcanza, cómo no, a la Iglesia de Dios que peregrina en Santiago. A la gratitud expresada ya al Sr. Arzobispo, uno ahora el agradecimiento a la Curia, al Cabildo catedralicio, al Seminario y, en general, a todas las instituciones y personas que, nada más conocerse mi nombramiento, me han hecho llegar su apoyo y han orado por mí. Y gracias, desde luego, a todos aquellos que se han esforzado en preparar y llevar adelante esta hermosa celebración.
 
Llegue mi reconocimiento también a las autoridades civiles, militares, judiciales, académicas y culturales de los distintos ámbitos autonómicos, provinciales y locales, presentes o ausentes. Gracias particulares a las que están presentes aquí en este momento, junto a los demás ciudadanos, lo que manifiesta plásticamente que pueblo y autoridades han de caminar de la mano en pos del bien común. Y permítanme también un ruego. Los pequeños, los necesitados, los pobres, eran los preferidos del Señor y esperan también mi predilección y la de todos nosotros. Que no nos olvidemos nunca de ellos; de este modo, no nos avergonzaremos al estrechar sus manos.
 
Gracias a mis padres. De ellos he recibido la vida, la fe y el apoyo a mi labor pastoral; además, han sido para mí un ejemplo importante de honestidad, respeto, trabajo y laboriosidad. La gratitud se hace extensiva también a mis hermanos que siempre han estado cerca para ayudarme en cuanto he necesitado y, en definitiva, a todos mis familiares.
 
Y termino este largo capítulo dándoos las gracias a todos los presentes llegados de diferentes puntos de Galicia, de León y de otros lugares. Gracias por vuestra oración, por vuestra compañía y por vuestro apoyo. Que Dios os bendiga.
 
El que quiera ser grande entre vosotros sea vuestro servidor” (Mt 20, 26)
 
Estas palabras de Jesús, recogidas por el evangelista S. Mateo, me reafirman en la vocación de entrega total que he ido aprendiendo y asumiendo como presbítero. La llamada a la plenitud del sacerdocio me exige dar un paso más en la determinación de entregarme por entero al Señor y a su Iglesia, a esta Iglesia Compostelana. Consideradme desde ahora mismo el padre y el hermano que, unido a nuestro Arzobispo D. Julián, se dispone a compartir con vosotros y a serviros lo único valioso que posee: Jesucristo. Que la intercesión de nuestra Madre la Virgen María, estrella de la evangelización, del amigo del Señor, el Apóstol Santiago, y de San Francisco de Asís, peregrino en este lugar hace 800 años, me ayuden a no desfallecer en la tarea. Que así sea. Me confío a vuestras oraciones. Gracias a todos.
 
Mons. Jesús Fernández González
 
Santiago, 8.II.2014
 

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