lunes, 4 de junio de 2012

Escrito del Sr. Obispo ante las Primeras Comuniones


Para todos los cristianos la Primera Comunión es un acontecimiento verdaderamente importante en su vida. En los recordatorios de mi tiempo se decía que era ‘el día más feliz de la vida’. No se si ahora para muchos llegará a tanto, pero desde luego un día gozoso sí que es. “Para muchos cristianos –dice Benedicto XVI en SC 19- este día ha quedado grabado en la memoria, con razón, como el primer momento en que, aunque de un modo todavía inicial, se percibe la importancia del encuentro personal con Jesús”.

Lo importante es el sacramento, no los regalos que van a recibir los niños. Por eso es necesaria una buena preparación que ha de consistir en:

· Una catequesis adecuada a su edad tanto por parte de la familia como por parte de la parroquia.

· Una iniciación en la oración y en la liturgia
· Un esfuerzo por un comportamiento coherente con la fe cristiana. No se puede creer una cosa y vivir la contraria.
· Y, sobre todo, fomentar un deseo personal y gozoso de recibir a Jesús en la Eucaristía.
Por lo que se refiere a la celebración litúrgica de la Primera Comunión creo que debemos evitar a toda costa caer en la teatralidad. La celebración de las Primeras Comuniones no puede ser una celebración absolutamente distinta de la Misa de los domingos. Porque precisamente ha de introducir en la participación asidua en la Misa dominical. El Papa Benedicto XVI acaba de hablar de preparar la fiesta de la Primera Comunión “con fe, con fervor, pero también con austeridad”. Cuando habla de fe y de fervor se refiere a las actitudes espirituales, cuando se refiere a la austeridad hace mención a los gastos excesivos que no se deben permitir las familias verdaderamente cristianas.
Porque, efectivamente, en ocasiones, con motivo de la Primera Comunión de un hijo, algunas familias se dejan absorber por los compromisos sociales y se embarcan en regalos y gastos exagerados, desplazando así el verdadero interés de este sacramento de la Iniciación cristiana. Hoy, este planteamiento, que siempre está mal, resulta escandaloso. Las familias en las que no entra ningún salario en casa o las que viven de la pensión del abuelo o abuela, no pueden entender comportamiento como éste. Sobriedad y sencillez no están reñidas con alegría y celebración gozosa. Yo recomendaría –como se hace ya en algunas parroquias- que los niños de la Primera Comunión, de sus propinas, ofrecieran una limosna considerable a Cáritas como expresión de compartir con los más pobres. El momento del Ofertorio de la Misa es el más adecuado para este hermoso gesto.
Hemos de poner de manifiesto que la alegría de los cristianos no brota del derroche y de los gastos superfluos, sino que nace más bien de ser conscientes que a Dios lo tenemos tan cerca, que quiere habitar en nuestro corazón. La fiesta puede ser bonita pero sencilla. No es necesario hacer grandes gastos. Lo importante es que ese día haya mucho amor en el corazón de todos y una gran fe en Dios que se acerca a los niños y a sus familias.

Y después de la Primera Comunión, ¿qué? Esta es la gran pregunta que hemos de hacernos si queremos ser honestos. Pues lo primero de todo seguir participando en la Eucaristía, sobre todo los domingos. No puede ocurrir que la Primera Comunión sea desgraciadamente la última.
Y, por otra parte, el niño o la niña han de continuar formándose en la fe con la catequesis de postcomunión o bien prepararse para celebrar en su momento la Confirmación.

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