Escrito del Sr. Obispo ante las Primeras Comuniones
Para
todos los cristianos la Primera Comunión es un acontecimiento verdaderamente
importante en su vida. En los recordatorios de mi tiempo se decía que era ‘el
día más feliz de la vida’. No se si ahora para muchos llegará a tanto, pero
desde luego un día gozoso sí que es. “Para muchos cristianos –dice Benedicto XVI
en SC 19- este día ha quedado grabado en la memoria, con razón, como el primer
momento en que, aunque de un modo todavía inicial, se percibe la importancia del
encuentro personal con Jesús”.
Lo
importante es el sacramento, no los regalos que van a recibir los niños. Por eso
es necesaria una buena preparación que ha de consistir en:
· Una catequesis adecuada a su edad tanto por parte de la familia como por parte de la parroquia.
·
Una iniciación en la oración y en la liturgia
·
Un esfuerzo por un comportamiento coherente con la fe cristiana. No se puede
creer una cosa y vivir la contraria.
·
Y, sobre todo, fomentar un deseo personal y gozoso de recibir a Jesús en la
Eucaristía.
Por
lo que se refiere a la celebración litúrgica de la Primera Comunión creo que
debemos evitar a toda costa caer en la teatralidad. La celebración de las
Primeras Comuniones no puede ser una celebración absolutamente distinta de la
Misa de los domingos. Porque precisamente ha de introducir en la participación
asidua en la Misa dominical. El Papa Benedicto XVI acaba de hablar de preparar
la fiesta de la Primera Comunión “con fe, con fervor, pero también con
austeridad”. Cuando habla de fe y de fervor se refiere a las actitudes
espirituales, cuando se refiere a la austeridad hace mención a los gastos
excesivos que no se deben permitir las familias verdaderamente
cristianas.
Porque,
efectivamente, en ocasiones, con motivo de la Primera Comunión de un hijo,
algunas familias se dejan absorber por los compromisos sociales y se embarcan en
regalos y gastos exagerados, desplazando así el verdadero interés de este
sacramento de la Iniciación cristiana. Hoy, este planteamiento, que siempre está
mal, resulta escandaloso. Las familias en las que no entra ningún salario en
casa o las que viven de la pensión del abuelo o abuela, no pueden entender
comportamiento como éste. Sobriedad y sencillez no están reñidas con alegría y
celebración gozosa. Yo recomendaría –como se hace ya en algunas parroquias- que
los niños de la Primera Comunión, de sus propinas, ofrecieran una limosna
considerable a Cáritas como expresión de compartir con los más pobres. El
momento del Ofertorio de la Misa es el más adecuado para este hermoso
gesto.
Hemos de
poner de manifiesto que la alegría de los cristianos no brota del derroche y de
los gastos superfluos, sino que nace más bien de ser conscientes que a Dios lo
tenemos tan cerca, que quiere habitar en nuestro corazón. La fiesta puede ser
bonita pero sencilla. No es necesario hacer grandes gastos. Lo importante es que
ese día haya mucho amor en el corazón de todos y una gran fe en Dios que se
acerca a los niños y a sus familias.
Y
después de la Primera Comunión, ¿qué? Esta es la gran pregunta que hemos de
hacernos si queremos ser honestos. Pues lo primero de todo seguir participando
en la Eucaristía, sobre todo los domingos. No puede ocurrir que la Primera Comunión sea desgraciadamente la última.
Y,
por otra parte, el niño o la niña han de continuar formándose en la fe con la
catequesis de postcomunión o bien prepararse para celebrar en su momento la
Confirmación.
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