viernes, 18 de octubre de 2013

La misión, fruto de la fe y de la caridad

Escrito de Mons. Manuel Sánchez Monge con motivo del DOMUND 2013
 
 
El papa Francisco enmarca el Mensaje del Domund en el Año de la Fe, una fe que necesita ser acogida, que exige nuestra respuesta personal, la valentía de confiar en Dios, el coraje de vivir su amor.

La fe es un don precioso de Dios. Por él sabemos que Dios nos ama, entrañablemente, uno a uno. Y quiere hacernos partícipes de su vida: podemos ser hijos de Dios por la gracia. Pero, por ser un don, puede ser aceptado o rechazado. Creer es responder personal y positivamente a Dios. Es tener el coraje de poner nuestra confianza en Dios, de vivir su amor, agradecidos por su infinita misericordia.
 
Ahora bien, la fe es un don que no se puede reservar para uno mismo, sino que debe ser compartido. De lo contrario, nos convertiremos en cristianos aislados, estériles y enfermos. “El impulso misionero es una señal clara de la madurez de una comunidad eclesial”, decía bellamente Benedicto XVI en Verbum Domini, 95. “La Iglesia - repite el papa Francisco con insistencia -  debe salir de sus propios recintos para llevar la fe a las “periferias” geográficas y existenciales. Salir de nosotros mismos al encuentro de las necesidades, los sufrimientos, inquietudes y sus preguntas”.
 
Reconoce el papa los obstáculos que encuentra la evangelización fuera de sí misma, pero resalta los que encuentra dentro de la comunidad eclesial: la falta de celo y ardor apostólico. Y anima a tener el valor y la alegría de proponer, respetando la libertad de las personas, la verdad límpida del Evangelio. No se puede confundir proponer la fe con imponer la fe. La misionariedad de la Iglesia no es proselitismo, sino testimonio de vida que ilumina el camino, que lleva esperanza y amor. “La Iglesia [...] no es una organización asistencial, una empresa, una ONG, sino que es una comunidad de personas, animadas por la acción del Espíritu Santo, que han vivido y viven la maravilla del encuentro con Jesucristo y desean compartir esta experiencia de profunda alegría”.
 
Es urgente que resplandezca en nuestro tiempo la vida nueva del Evangelio con el anuncio y el testimonio, gestos y palabras, y conviene no olvidar un principio fundamental de todo evangelizador: no se puede anunciar a Cristo sin la Iglesia. Escribía Pablo VI a este respecto: “Cuando el más humilde predicador, catequista o pastor, en el lugar más apartado, predica el Evangelio, reúne su pequeña comunidad o administra un sacramento, aun cuando se encuentra solo, ejerce un acto de Iglesia”; éste no actúa “por una misión que él se atribuye o por inspiración personal, sino en unión con la misión de la Iglesia y en su nombre” (Evangelii nuntiandi, 60).
 
Desde aquí quiero animar a todos mis fieles a ser portadores de la buena noticia de Cristo, y manifiesto mi agradecimiento especialmente a los misioneros y misioneras, que, acogiendo la llamada del Señor, dejan su patria para servir al Evangelio en tierras y culturas diferentes de las suyas. Ellos se han tomado muy en serio el mandato de Jesús «Id, pues, y haced discípulos de todas las naciones» (Mt 28,19) y son un ejemplo para todos nosotros.
 
También quiero agradecer el trabajo durante todo el año a quienes forman nuestra Delegación Diocesana de Misiones, con su delegado al frente, el P. Manuel Borges CMF. Mantienen contactos con nuestros misioneros esparcidos por los lugares más diversos y nos recuerdan que nuestra fe o es misionera o no es auténtica fe cristiana.
 
+Mons. Manuel Sánchez Monge
Obispo de Mondoñedo-Ferrol
 

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