LÉELO DESDE AQUÍ O DESCÁRGALO
Vamos a celebrar el Domingo Mundial de la
Propagación de la fe (Domund) en un momento en que convergen: los 50 años del
comienzo del Concilio Vaticano II, el Sínodo de Obispos sobre la Nueva
Evangelización y el ‘Año de la Fe’ convocado por el Papa Benedicto XVI. Es una
buena ocasión para recordar y profundizar en algunas dimensiones constitutivas
de la Iglesia.
1. La Iglesia es, por su misma naturaleza,
misionera
El Domund nos advierte que “no podemos
permanecer tranquilos, pensando en los millones de hermanos y hermanas,
redimidos también por la sangre de Cristo, que viven sin conocer el amor de Dios
(Juan Pablo II, RMi, nº 86).
Pablo VI ya subrayó con fuerza que anunciar el
Evangelio “no constituye para la Iglesia algo de orden facultativo: está de por
medio el deber que le incumbe, por mandato del Señor, con vistas a que los
hombres crean y se salven. Sí, este mensaje es necesario. Es único. De ningún
modo podría ser reemplazado” (EN, 5)
Necesitamos, por tanto, retomar el mismo
fervor apostólico de las primeras comunidades cristianas que, pequeñas e
indefensas, fueron capaces de difundir el evangelio en todo el mundo entonces
conocido mediante su anuncio y testimonio. Es necesario renovar el entusiasmo de
predicar la fe para promover una nueva evangelización de las comunidades y
países de antigua tradición cristiana, que están perdiendo la referencia de
Dios, de forma que se pueda redescubrir la alegría de creer.
El Concilio Vaticano II y el magisterio
posterior de la Iglesia insisten en modo especial en el mandamiento misionero
que Cristo ha confiado a sus discípulos y a todo el Pueblo de Dios: obispos,
sacerdotes, diáconos, consagrados y laicos.
2. Evangelizar es la prioridad de la Iglesia
hoy
Evangelizar implica adecuar constantemente
estilos de vida, planes pastorales y organizaciones diocesanas a esta dimensión
fundamental de ser Iglesia, especialmente en nuestro mundo, que cambia de
continuo.
También hoy, ha señalado Benedicto XVI, la
misión ad gentes debe ser el horizonte constante y el paradigma en todas
las actividades eclesiales, la evangelización debe llevar a una renovada
adhesión personal y comunitaria a Cristo.
No podemos olvidar que la crisis de fe, que no
afecta sólo al mundo occidental, sino a la mayor parte de la humanidad, convive
con el hambre y sed de Dios que todo hombre experimenta, aun sin saberlo. Por
eso la Iglesia debe invitar y conducir al pan de vida y al agua viva que es
Cristo, como la samaritana condujo a sus paisanos al encuentro con el Mesías
enviado de Dios.
3. El anuncio del Evangelio se transforma en
caridad
La fe en Dios es, ante todo, un don de Dios
que hemos de acoger con el corazón y con la vida, pero no para disfrutarlo a
solas, sino para ser compartirlo con los demás. La prueba infalible para
verificar que el anuncio del Evangelio es auténtico es comprobar que se traduce
de inmediato en frutos de justicia y de paz: ayuda al prójimo, justicia para los
más pobres, posibilidad de instrucción, asistencia médica en lugares remotos,
superación de la miseria, rehabilitación de los marginados, apoyo al desarrollo
de los pueblos, superación de las divisiones étnicas, respeto por la vida en
cada una de sus etapas...
El Papa Benedicto nos recuerda, al convocar el
Año de la Fe, que no se pueden separar la fe y la caridad: “El Año de la
fe será también una buena oportunidad para intensificar el testimonio de la
caridad. San Pablo nos recuerda: «Ahora subsisten la fe, la esperanza y la
caridad, estas tres. Pero la mayor de ellas es la caridad» (1 Co 13, 13).
Con palabras aún más fuertes, el apóstol Santiago dice: « ¿De qué le sirve a
uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Podrá acaso salvarlo
esa fe? Si un hermano o una hermana andan desnudos y faltos de alimento diario y
alguno de vosotros les dice: “Id en paz, abrigaos y saciaos”, pero no les da lo
necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? Así es también la fe: si no se tienen
obras, está muerta por dentro. Pero alguno dirá: “Tú tienes fe y yo tengo obras,
muéstrame esa fe tuya sin las obras, y yo con mis obras te mostraré la fe”»
(St 2, 14-18). La fe sin la caridad no da fruto, y la caridad sin fe
sería un sentimiento constantemente a merced de la duda. La fe y el amor se
necesitan mutuamente”.
4. Los misioneros
diocesanos
Tenemos misioneros de nuestra diócesis de
Mondoñedo-Ferrol en lugares muy lejanos como Japón, Australia, Tailandia. Y en
África (Mozambique, Camerún, Egipto, Guinea Ecuatorial) así como en América del
Sur (Argentina, Venezuela, Bolivia, Chile, Perú, Brasil) y en Méjico, Estados
Unidos y Cuba. Con ellos mantiene contactos periódicos la Delegación Diocesana
de Misiones y yo mismo tengo la oportunidad de conocerlos y escuchar sus gozos y
preocupaciones cuando nos visitan para el necesario descanso.
Hoy rezamos por ellos y nos sentimos
orgullosos de estos hermanos nuestros en la fe que lo dejan todo para anunciar
el Evangelio a los hermanos que viven lejos de nosotros.
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